Entrevista del colaborador de Blackkamera, David Tijero Osorio.
Gonzalo Golpe nos desgrana en esta entrevista los proyectos que lleva varios meses desarrollando desde su residencia artística en la ciudad de Roma, experiencia que le ha servido para aparcar de forma temporal su actividad como editor y profesor, para poder así dedicarse de lleno a su faceta como autor. Una charla en la que además reflexiona sobre el momento actual de la fotografía, su relación con ella y los debates abiertos en torno a la misma.
Llevas ya unos meses trabajando en Roma, ¿cómo está siendo la experiencia?
Es mi primera experiencia en una residencia artística y la primera vez que me presento a una beca, así que para mí todo esto tiene ya algo de excepcional, aunque sólo sea por eso. Durante los últimos quince años me he dedicado a trabajar para autores y autoras, principalmente dentro del mundo de la fotografía, acompañándoles en su proceso creativo, desde la conceptualización hasta la materialización. He hecho libros, exposiciones, webs, apps… pero siempre siendo consciente de cuál era mi lugar en el proceso, sabedor de que lo que allí se gestionaba no era mi autoría. Ahora por fin, llegó el momento de poder dedicarme tiempo a mí, a leer, estudiar, escribir… a proyectar mi voz, a darle un espacio a mi creatividad para que solo responda a mis intereses, para que mi intención se defina y manifieste a través de dispositivos que conozco bien, pero que ahora ocupo como autor. Me siento un privilegiado por ello y creo estar aprovechando mi tiempo aquí. No siento presión, ni urgencia por producir, cada día es un regalo, es la mejor forma de describirlo: me están dando el tiempo y la posibilidad de ser yo, de cuidar de aquello que estaba descuidado y de hacerlo crecer lentamente y con un sentido de lo propio.
¿En qué consiste tu proyecto en Roma? ¿Está contemplada algún tipo de publicación?
Vine a Roma con la intención de realizar una investigación sobre el lenguaje visual y su aplicación a la fotografía. En concreto, sobre cómo la distancia afecta a la comunicación. En un primer momento quise partir de la proxémica, rama de la semiótica, que analiza cómo la distancia física entre el emisor y el receptor influye en la comunicación. Con el tiempo y las lecturas he evolucionado hacia una forma de tratar el tema de una manera más abierta y poética, sin ambiciones teóricas, potenciando los aspectos más personales de mi autoría. La distancia es un marco de estudio y reflexión al que voy a dedicar los próximos años, eso ya lo sabía antes de venir. Ahora veo que puedo ir fusionando mis diferentes naturalezas para dar a luz a proyectos bajo un mismo marco teórico, abordándolo desde diversos puntos de vista, ánimos e intenciones. De momento he desarrollado dos proyectos. Uno de ellos se titula “Atestado/La distancia” y consiste en un fotolibro cuyo origen se encuentra en el hallazgo de unas fotografías antiguas en el mercadillo de Porta Portese. Es un libro que hibrida imagen y palabra para hablar sobre un tema que siempre me ha interesado dentro de la fotografía: la distancia ética en el momento de fotografiar. Es un preciso mecanismo que combina edición fotográfica, diseño y escritura para abordar este tema tan complejo desde la ficción poética, con el ánimo de hacer reflexionar al lector sobre algo que considero fundamental en términos fotográficos y artísticos. A menudo se niega en el mundo del arte que la ética pueda tener un lugar en la discusión sobre las obras y sobre aquellos que las producen, como si la creación artística supusiese una salvaguarda moral. Para mí todo lo humano ha de responder, en cierta manera, a parámetros éticos. El arte puede ser entendido como una vía de construcción personal, lo que habilita, por tanto, que la ética sea algo a tener en cuenta, tanto en su creación como en su recepción.
El segundo proyecto, que estoy construyendo en estos momentos, se titula “Verba Volant/La distancia”. Tipológicamente hablando, se trata de un libro de artista con forma de habitación con paredes de 2,5 metros de ancho y alto. Es un cubo blanco de papel al que el lector accede en solitario. Dentro busco generar una lectura de las fotografías que funcione en un plan poético y musical, antes que narrativo. Es como una sinfonía visual acerca del origen del lenguaje. No hay ningún texto de apoyo que sirva de guía en la lectura. La interpretación, por tanto, se limita a lo que el lector o lectora pueda comprender de esa edición, secuenciación y disposición de fotografías. Es además un cuestionamiento del formato libro, haciendo de la lectura algo más físico y envolvente. Ambos proyectos han sido trabajados con Marina Meyer, diseñadora y socia habitual en mis proyectos como editor. En estos momentos estoy en conversaciones para publicar el fotolibro “Atestado/La distancia”, algo que espero que ocurra después del verano. En cuanto al cubo, se mostrará en una exposición colectiva a principios de octubre en la Academia, que luego está previsto que itinere a España. Después de estos dos proyectos dedicaré el resto de la beca a leer y escribir, quiero aprovechar cada día de mi estancia aquí.
Apenas empezamos a salir, al menos en los países occidentales, de una situación de pandemia, algo inédito en los últimos cien años, ¿intuyes cómo influirá todo lo que hemos padecido en los próximos años artísticamente hablando? ¿Se ha abierto una nueva veta a explorar o la creación artística hará por olvidar este tiempo tan complicado?
Me cuesta hablar sobre este tema, porque siento que desde hace un año y medio monopoliza nuestra vida, que es casi imposible vivir un solo día sin que aparezca en nuestras conversaciones, nuestros pensamientos, nuestros sueños. Además, me gustaría ser prudente, soy poco amigo de hacer vaticinios y lo cierto es que desde siempre sentí una querencia lúdica por lo post-apocalíptico, así que mejor no asustar a nadie… Sólo diré que creo que estamos muy lejos de poder valorar los efectos que la pandemia tendrá en nuestras vidas. Plantearme a mí mismo cuál es el futuro de una disciplina artística, o cómo responderá a las crisis humanitarias presentes y futuras, me hace sentir algo frívolo. Además, resulta agotador exponerse a tanta vivencia dramática cuando tú mismo estás viviendo algo parecido. Entiendo que la Fotografía ha de dar testimonio de lo que está ocurriendo, pero también tenemos que tener claro que lo que quede de todo esto, lo que perviva, será tan solo una pequeña parte editada de todo lo que vivimos y que jamás podrá dar testimonio de la realidad. Se pretende ser objetivo e informar cuando en realidad nadie sabe cómo reaccionar a esto, ni siquiera los propios autores o autoras. No disponemos de la distancia ni el temple necesarios para poder producir algo que realmente pueda aportar una visión personal y profunda de lo que está ocurriendo. Personalmente, como profesor y editor sobreexpuesto a las manifestaciones fotográficas que abordan este tema tan terrible, sólo espero que también encontremos el ánimo para hablar de otras cosas, porque la vida no se detiene, aunque lo parezca.
En tu labor como profesor, ¿encuentras patrones similares en los alumnos que pasan por tus clases? ¿cuáles serían? ¿has tenido alguna vez la sensación de estar ante alguien que puede acabar marcando una época en fotografía?
Si como profesor o editor clasificase a las personas tratando de establecer patrones comunes, creo que no estaría haciendo bien mi trabajo. Yo trabajo desde la creencia de que cada persona con la que coincido es diferente. Nuestro encuentro momentáneo, en un aula o en mi estudio, en un festival o en cualquier otro lugar, de ningún modo puede nunca sintetizarse en algo tan prosaico como un sumatorio de características, como la reproducción de un modelo. La pedagogía y la edición son disciplinas vivas que se fundamentan en el intercambio, en la bidireccionalidad, en una gestión de la comunicación lo más eficiente posible, en la creación de consciencia, en el estímulo… la curiosidad y la comprensión son fundamentales en este proceso, como también lo es el deseo de comprender. Siempre digo que trabajo con autoridad delegada, ya sea dando clases o trabajando como editor, mi labor la planteo desde el servicio. Quien se sienta frente a mí tiene la autoridad y es mi responsabilidad reconocerla y plantear el encuentro como un paseo, como un caminar juntos, no como una guía. En cuanto a si he tenido la sensación de estar ante alguien que pudiese marcar una época… me conformo con saber que mientras estaba con él o con ella traté de hacer bien mi trabajo, siendo consciente de las repercusiones que tiene estar tan cerca de alguien cuando se está inmerso en un proceso creativo y formativo, pues tanto la edición como la pedagogía son ambas cosas a un tiempo.
“El libro sigue siendo un espacio para el encuentro íntimo entre dos personas que no se conocen, que tal vez nunca lo hagan, pero que a pesar de ello puede representar un cambio drástico para el que abre el libro al tiempo que su mente y su corazón.”
En los últimos quince años se ha dado un paulatino proceso de digitalización en prácticamente todos los ámbitos de la vida. A la par de este proceso, se habla de una especie de edad de oro del fotolibro, ¿cuáles serían los motivos de esa querencia por el soporte físico cuando redes sociales y web ofrecen posibilidades tan amplias?
Esta es una de las preguntas que más me han hecho en la última década. Mi respuesta, supongo, debería evolucionar con el paso del tiempo, pero prácticamente no lo ha hecho. Entiendo muy bien las razones por las que un autor o autora elige el libro como vehículo de su manifestación creativa. Me gustaría seguir pensando que, aunque no sea consciente de ello, lo hace por la libertad y autonomía que le confiere a la hora de plantear ese encuentro con un otro u otra. Además, el libro tiene algo muy especial como vehículo, dado que tiene la capacidad para saltarse el tiempo y el espacio, garantizando que el encuentro entre autor/a y lector/a está presidido por la intimidad. ¿Qué es la lectura sino un diálogo dislocado? El libro sigue siendo un espacio para el encuentro íntimo entre dos personas que no se conocen, que tal vez nunca lo hagan, pero que a pesar de ello puede representar un cambio drástico para el que abre el libro al tiempo que su mente y su corazón. Los libros pueden reescribirnos sin que nos demos cuenta.
Es cierto que como género los fotolibros no han calado en la comunidad lectora, que siguen siendo minoritarios, costosos, a menudo excesivos… Tal vez deberíamos pensarlo más como una disciplina artística que como un producto editorial sujeto a las leyes de oferta y demanda, a una ecuación editorial que es extremadamente difícil de resolver. En cualquier caso, lo que le da el libro a la fotografía es insustituible e irremplazable, no digo que sea ni mejor ni peor, simplemente es algo único. Pasarán los años y quedarán todos estos libros, como objetos maravillosos, exponentes de una época rara en que lo analógico todavía tenía un espacio y puede que entonces los valoremos en su justa medida. Los libros permanecen, reconstruyen itinerarios, nos dicen dónde estuvimos, quiénes fuimos, son como granos de arroz en el camino, como cicatrices, como romances… son una memoria viva, tiene la capacidad para transformarnos, su peso es mucho mayor del que pueda indicarnos una báscula, el espacio que ocupan en nosotros puede ser infinitamente mayor del que tienen en una mesa, una caja o una estantería.
La fotografía es una disciplina que cuenta con menos de doscientos años, ¿hacia dónde crees que evolucionará? ¿Alcanzará una mayoría de edad como arte o más bien tenderá cada vez más hacia la irrelevancia por el empuje de nuevas formas de expresarse y la inmensa marea visual en la que vivimos?
Creo que el problema no está en que estemos expuestos a una marea de imágenes, más bien creo que el problema está en que no sabemos negociar con ellas. No entendemos las relaciones que se establecen entre las imágenes y nosotros o, incluso, entre las mismas imágenes antes de que fuesen tales. La fotografía tiene una relación con la tecnología que hace que como disciplina artística evolucione de forma muy diferente a como lo han hecho otras disciplinas artísticas. Hay que preguntarse en qué medida la tecnología se ha de imponer sobre la fotografía. Dudo que esta disciplina, tal y como la conocemos ahora, exista dentro de unas décadas. Existirá para los museos, coleccionistas, historiadores y críticos, pero en términos de creación y análisis de la evolución del lenguaje visual, de gestión y transmisión de la información, de reflexión, será muy diferente. No creo tampoco que debamos aspirar a que la fotografía se mantenga pura, que seamos capaces de identificar y reconocer sus códigos propios cuando el destino del ser humano es hibridación, la adaptación, la mutación. Valorar lo que se hizo en términos fotográficos no implica no saber adaptarse. Como dije antes, no soy quien para hacer vaticinios, me preocupo de vivirla día a día, de seguir cuestionándola, de ver cómo se expande, cómo va tomando territorios que antes le estaban vedados, cómo lo que ayer se consideraba un error hoy es norma, mañana cliché. Si algo se ha vuelto imperativo hoy es vivir y disfrutar del presente como si no hubiese mañana, esa es la única certeza que me atrevo a compartir en cuanto al futuro de esta disciplina tan fascinante y convulsa.
“Resulta bastante triste que un pensamiento absolutamente fatalista, desesperanzador y limitante como “todo está fotografiado” haya calado de tal manera en las mentes y corazones de los fotógrafos y fotógrafas. Por supuesto que no está todo fotografiado ni todo dicho.”
¿Por qué deberíamos seguir fotografiando en este mundo tan lleno de fotografías en el que incluso sistemas automatizados generan imágenes?
¿Por qué deberíamos permitirnos a nosotros seguir respirando en un mundo que claramente está superpoblado? ¿Qué sentido tiene valorar nuestra vida como algo único si estamos rodeados de seres que se parecen a nosotros? ¿Por qué hemos de esperar que las relaciones que establecemos con nuestros semejantes nos abran a nuevas vías de ser, de pensar, de sentir? ¿Por qué pensar que la experiencia que vamos acumulando en nuestras vidas es tan valiosa y rara como para querer compartirla? Todas estas preguntas con tan lícitas como la que se me está realizando, y creo que la respuesta es la misma para todas ellas. ¿Acaso merece la pena vivir una vida que no sea única? ¿Esperar que los otros no nos abran a cosas nuevas? ¿Sentir que ya está todo dicho, que lo nuestro no vale nada, que somos uno más? Resulta bastante triste que un pensamiento absolutamente fatalista, desesperanzador y limitante como “todo está fotografiado” haya calado de tal manera en las mentes y corazones de los fotógrafos y fotógrafas. Por supuesto que no está todo fotografiado ni todo dicho. Por supuesto que merece la pena seguir buscando una manera personal de ver y manifestar lo que tus sentidos le dicen a tu cerebro y de hacer que este dialogue con tu corazón. No hay máquina ni tecnología que pueda suplantar al ser humano en estos términos. Pueden dejarnos sin trabajo, atender a nuestras necesidades, suplir nuestros vacíos, pero no pueden replicar nuestra forma de interpretar y transmitir la realidad como una experiencia fotográfica compleja en la que el hacer poético tiene tanto que ver tanto en la creación como en su descodificación.