JAMES NACHTWEY
Por Leire Zorita
Alumna del Curso Avanzado de Fotografía Blackkamera
“Si hay algo que ocurre que es tan malo que podría ser considerado como un crimen contra la humanidad, tiene que ser transmitida por la angustia, el dolor, y crear un impacto en la gente, molestarlos, sacudirlos, despierta de su día a día de rutina”
Desde pequeña me ha atraído la fotografía. Cuando me preguntaban qué quería ser de mayor, respondía que fotógrafa. Me imaginaba de reportera de guerra en lugares que no podía situar en el mapa. Obviamente, no tenía ni idea de las miserias que significaba la guerra y al ir creciendo y entendiendo, cobardemente fui abandonando la idea. Puede que en parte se deba a que es mi profesión de siempre anhelada, pero mi admiración por los fotógrafos que se juegan el tipo en conflictos para que seamos conscientes de lo que está pasando y nos planteemos hasta dónde llega nuestro poder de autodestrucción sigue siendo máxima. De todos estos fotógrafos me quedo con James Nachtwey, sus fotografías no rehuyen la crudeza del horror, sino que lo plasman desde la cercanía y el respeto, trasladándote al centro del conflicto, despertando tu conciencia, removiendo tu interior.
James Nachtwey nació en Nueva York en 1948. Estudió Historia del Arte y Ciencias Políticas en el Dartmouth College, graduándose en 1970. Influenciado por las imágenes de la guerra de Vietnam y del movimiento por los derechos civiles de los afroamericanos, decidió hacerse fotógrafo. Como muchos otros fotógrafos de la época, se inició en ese mundo de forma autodidacta, mientras trabajaba en barcos de la marina mercante, conducía camiones o era aprendiz de montador de cine. En 1976 ejerció por primera vez como fotógrafo de prensa en Nuevo México y en 1980 comenzó su carrera como freelance en Nueva York.
Su primera misión en el extranjero fue para cubrir el conflicto en Irlanda del Norte en 1981 durante la huelga de hambre del IRA. Desde entonces Nachtwey ha realizado amplios reportajes fotográficos, abarcando conflictos bélicos (El Salvador, Nicaragua, Guatemala, Líbano, Gaza y Cisjordania, Israel, Haití, Uganda y Chechenia), las ruinas que dejan los conflictos civiles (Afganistán), genocidios (Ruanda), fratricidios (los Balcanes), represión (Sudáfrica), pobreza (Sri Lanka), la degradación ambiental (Este de Europa), y en su último trabajo, ha retratado la crisis de los opiáceos (EEUU).
Fotógrafo contratado de Time Magazine desde 1984, entre 1980 y 1985 también estuvo asociado con la agencia fotográfica Black Star. Fue miembro de Magnum (1986 -2001) y, en 2001, cofundó la agencia VII Photo.
James Nachtwey ganó por primera vez el Word Press Photo con esta foto de una madre somalí enterrando a su hijo en la Guerra Civil de Somalia.
Desdeña el uso del teleobjetivo porque “comprime la realidad y no capta la atmósfera”.
Está asociado a la Royal Photographic Society y es Doctor Honoris Causa en Artes por la Facultad de Arte de Massechusetts.
En 2001 se publicó el documental War Photographer basado en su obra, dirigido por Christian Frei y nominado a los Oscar como mejor película documental.
Nachtwey ha recibido, entre otros, la Medalla Robert Capa del Overseas Press Club of America (OPC) en cinco ocasiones (1992, 1993, 1998, 2001 y 2008), el Magazine Photographer of the Year en siete (1984, 1987, 1989, 1991, 1993, 1995 y 2002), el Infinity Award del Centro Internacional de Fotografía de Nueva York en tres (1989, 1993 y 2000), el World Press Photo en dos (1992 y 1994) y el francés Premio Bayeux- Calvados al Corresponsal de Guerra, en dos ocasiones, además del Alfred Eisenstaedt for Magazine Photography de la Universidad de Columbia (1999) y el President’s Award del OPC (2008). En 2016, fue galardonado con el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades.
“Creo que la gente se debe ofender con el genocidio. Se debe ofender con la limpieza étnica. Se debe ofender con el hambre. Mi trabajo no es hacer que esas cosas sean cómodas o fácilmente digeribles. Mi trabajo no es hacer sentir cómoda a la gente con estas cosas, ni entretenerlas. Mi trabajo es concienciar a la gente del hecho de que son crímenes contra la humanidad”.
“Lo peor es que, como fotógrafo, me aprovecho de las desgracias ajenas. Esa idea me persigue. Todos los días. Porque sé que si algún día dejo que mi carrera sea más importante que mi compasión, habré vendido mi alma. La única manera de justificar mi papel es respetando a aquellos que sufren. La medida en la que lo logro, es la medida en la que se me acepta, y en la que yo mismo puedo aceptarme”.