Crónica realizada por las alumnas de Blackkamera y Estudiantes de Periodismo de la UPV/EHU, Janire Sainz y Maria Pastor
Que un fotoperiodista que ha cubierto conflictos como los de Siria o Ucrania, y cuyas fotografías han abierto portadas de los periódicos más importantes del mundo, ofrezca un taller de fin de semana a veinte minutos de casa solo pasa una vez en la vida.
Manu Brabo, Premio Pulitzer 2013 por su trabajo elaborado en Siria, llegó a Bilbao un lluvioso viernes para calentar motores y ofrecer una charla gratuita para todo aquel que se acercara al edificio de la Bolsa del Casco Viejo.
Parecía mentira que hubiera estado en los lugares más peligrosos del mundo: sus nervios por hablar delante del público se dejaban ver en su cara y en sus inquietas piernas durante los primeros treinta minutos de la conferencia.
Tras la presentación por parte del liante de toda esta locura a la que llamamos Blackkamera, Manu comenzó su relato dejando claro que no se le daba bien hablar: prefería que el público le hiciera preguntas desde el principio. Comenzó pausado, narrando su trayectoria profesional desde su querida Escuela de Artes de Oviedo hasta la actualidad, sin entrar en detalles y poniendo a los oyentes en materia.
El tiempo corrió y las primeras manos se empezaron a alzar: que si cómo podía aguantar viendo lo que veía, que si influían los códigos éticos del periodismo en este tipo de conflictos…la chispa perfecta para dejarse olvidados los nervios y ser como él es en realidad: auténtico.
«Cuando estoy trabajando soy como una máquina: no siento las cosas. Eso sí, después mi terapeuta tiene que lidiar conmigo», explicó Brabo sobre su manera de aguantar ante las escenas de guerra a las que se enfrenta. Aún así, el fotógrafo le resta importancia a su trabajo, algo que tantos ven como algo inaudito: «Yo solo llevo un mensaje de un sitio a otro. Soy como el SEUR de la tragedias».
Pero si con la conferencia consiguió meterse a todo su público en el bolsillo, incluso a algún que otro nervioso que no acababa de entender su posición ante la vida, la clase en la que se desarrolló el taller, con un ambiente más íntimo y amigable, fue el lugar idóneo para terminar de conquistar a los veintitrés curiosos que ahí se acercaron.
No se pudo remontar más atrás para comenzar, y es que para Brabo el principio del fotoperiodismo está en las cuevas de Altamira. Sostiene que estas pinturas rupestres expresan «el deseo del hombre de contar lo que pasa», simple y llanamente, el fin principal de la profesión. ¿Y cómo se cuenta lo que pasa? muy fácil: «nuestros padres nos han enseñado a ordenar las historias desde que éramos pequeños: había una vez, en un pueblo, una niña a la que le gustaba jugar…», para él, ordenar los acontecimientos es tan simple como un cuento infantil.
Después de un profundo repaso a la historia y de dar buena cuenta del almuerzo en el descanso (y del incondicional cigarrito), la clase continuó con las claves para trabajar con la mayor facilidad posible en lugares de conflicto. La clave principal, aguantar el tipo: «yo soy muy mal fotógrafo, pero se estar». Para él, estar en primera línea del conflicto es lo mejor, y es que, explica, «me lo paso teta cuando estoy delante».
Con la tarde llegó el impacto, y es que Manu tenía preparado un arsenal de imágenes y vídeos sobre su paso por Siria y Ucrania que no dejaron indiferente a nadie: desde la historia de su fotografía más famosa (el joven sirio atravesado por la bala de un francotirador en brazos de su padre) hasta el vídeo de un funeral de un niño ucraniano cuyo delito era desayunar demasiado temprano en la cocina de su casa. El silencio reinaba en la sala: nadie, excepto el protagonista, podía articular ni una sola palabra ante el alubión de historias en forma de imagen que grabaron sus retinas.
Ya entrados en el domingo, y con caras de tal (a saber qué hicieron anoche), la última etapa del taller se saldó con una muestra de fotografías de los alumnos más valientes; y es que, lo que parecía un porfolio sin desperdicio para un aficionado novato (como la que escribe) acabó con más de la mitad de las obras descartadas, o «por mejorar», y con más de uno con la decepción marcada en su rostro. No hay cabida para discusiones: aquí el experto es él.
Las 14.00 del mediodía llegaron como un suspiro entre proyectos y más proyectos de los participantes. Había llegado la hora de despedirse. ¿Cómo te despides de alguien que te ha abierto los ojos de semejante manera? Simplemente con un, «Gracias, Manu».