Vivian Maier, la sombra de una mujer.
Silvia García Martínez, alumna del Curso Anual de Blackkamera.
Bilbao, 23 de noviembre del 2020
Querida Vivian:
11, camino de 12, son los años que han pasado desde aquel 21 de abril del 2009 en el que optaste por dirigir tu inquieta mirada hacia otro mundo. 1, camino de 2, los que distan de uno de tantos baches del recorrer de una vida, en este caso la mía. Huracanes de realidad que te agitan, detienen en seco tus pasos, nublan tu mente perdida y te sumergen en el desconcierto de un incierto “y ahora qué”. Y ahí, en ese baile quieto de desnudez herida, siempre aparece una luz que te da valor y te guía. La fotografía fue para mí, intuyo que para ti y, supongo que para muchos más, un rayo de esa luz. Así, simplemente así, te conocí.
Contrariada, así te imagino al descubrir, desde esa balconada de nubes infinitas desde la que ahora miras, cómo un joven John Maloof se hizo con todo tu archivo documental, apenas dos años antes de tu muerte. Fue en una subasta, casi por accidente, mientras buscaba ilustrar un libro de tinte histórico que estaba escribiendo. Unos 100.000 negativos, miles de rollos de película sin revelar, cintas de vídeo y audios, entre objetos personales que, recelosa de tu intimidad fuiste guardando en trasteros. Al visualizar las imágenes, supo que, aunque no le servían para su libro, tenía ante sí una obra de gran calidad, que estaba dispuesto a organizar y publicar. Tras un intento fallido de colaboración con el MoMA, logró una exhibición en el centro cultural de Chicago. Esa fue la puerta abierta que te dio a conocer al mundo, reescribiendo la historia de la fotografía de calle.
Como si fuera una premonición de tu inquietud, decidiste venir al mundo el primer día de febrero de 1926, eligiendo, a pesar de tus raíces francesas y austriacas, la ciudad de Nueva York, concretamente el mismísimo barrio del Bronx. Tras idas y venidas de Europa a América, fue en 1951 cuando te asentaste definitivamente en Estados Unidos, primero en Nueva York y finalmente en Chicago. Allí, tras la indumentaria de una nanny de tres niños, se alojaba una mirada curiosa, un espíritu libre, una mente inquieta. Cámara en mano e ilusión en el alma, recorriste las calles de la urbe americana de la segunda mitad del siglo XX, ofreciendo un magnífico retrato documental.
Con tu permiso, ruego perdones mi atrevimiento y aprecies mi respeto, voy a destacar algunos de tus tesoros. Aquellos que considero representativos de alguna de las pinceladas de tu carácter, aquellos que adoro, aquellos que me sorprenden. ¿Acaso hay mayor satisfacción que conocer a alguien a través de su obra?
No puedo empezar por otro lugar distinto al principio: los niños. Esos de quienes eras sustento y quienes lo eran para ti, son protagonistas de muchas de tus fotografías. Un llanto vivo que suplica a cámara y te busca. En el centro: es la protagonista. Se intuye un cuerpo adulto de mujer, que conversa y da contexto. Tal vez tenga hambre, tal vez tenga frío (su chaqueta de punto no parece tan cálida como la de pana de su presunta madre), tal vez le aburran “las cosas de mayores”, tal vez, sólo tal vez, nadie la entienda…
¿Y él? La travesura hecha rostro. Ojos vivos, nariz chata por el cristal, sonrisa que asoma, manos tímidas que dudan avanzar… Su chaqueta le roba la niñez y le acerca al hombre. Enmarcado, nos mira, como si buscara al niño que se nos olvidó que fuimos.
La ciudad, la cotidianidad del día a día, la vida contemporánea, es otro de los temas que abordas. ¿Sabes que ahora le llaman Street Photography? De nuevo ellos, integrados en ese espacio en el que les ha tocado habitar. Con bañadores improvisados, que no son otros que sus propios vaqueros, disfrutan de una piscina imprevista en plena calle, gracias a una generosa boca de incendios. Los más pequeños, observan desde cierta distancia, luchando entre ser precavidos y atrevidos. Y, mientras tanto, a lo lejos, los adultos continúan tejiendo su rutina. Cada uno en su puesto. De nuevo el foco de interés en el centro. Líneas cuidadas que ofrecen profundidad a la escena y oxígeno a la cortina de agua, tan libre, tan fresca, tan oportuna…
He de confesar mi sorpresa con la escena de los columpios. Hasta la fecha, no me había percatado de la inclusión de la geometría en tus fotografías. La paciencia encuentra el orden perfecto de los sujetos, y dispara. Como si de un árbol genealógico viviente se tratara, dibuja una bonita escena familiar, entre curvas, rectas y triángulos. Claro que, como todo, ofrece múltiples lecturas. Se me antoja también, una ingeniosa metáfora de la vida: brotes verdes que crecen, que progresan, que avanzan. La ilusión presente, hermanada a la experiencia del pasado, les empuja a lanzarse al emocionante tobogán de su propio futuro. Su sonrisa de valientes niega al miedo, quizás porque sabe que cuenta con la supervisión de sus mayores, siempre atentos para aliviar la caída. Una vez más, las mujeres en la base: la raíz que alimenta el árbol. Ella, guarda, cauta como siempre, distancia, como si volviera de un largo viaje, como si nunca se hubiese ido, sigue velando por todos.
Decidida a mostrar las vidas del entorno, los personajes del cuento que te tocó vivir. Personajes de cine y el teatro, eterno arte al que sucumbiste apasionada, dedicando tardes y más tardes. Sujetos de a pie, personas de época. Sobre una silla imposible, tejida con trenzas de hierro, se columpia el que podría ser todo un gentleman, si no fuera por las inoportunas arrugas de su camisa, los restos de polvo de su pantalón y sus zapatos desgastados, como un camarero cansado tras una dura jornada de trabajo. Puro en mano, piernas cruzadas, espalda abatida, mantiene cierta compostura relajada. Un balanceo de reflexión pillado al vuelo. ¿Qué pensará? Su mirada, cual flecha audaz, nos dirige hacia esos seres que se intuyen a lo lejos. Abstraído en sí mismo, mira, pero parece no ver.
Estarás de acuerdo conmigo en que no decimos más cuanto más hablamos. Hay libros vacíos, repletos de páginas. Hay silencios que hablan almas. Del mismo modo, hay imágenes que lo dicen todo, si bien depende de la capacidad de cada cual de escuchar, de querer escuchar. Desde el emblemático Empire State, un joven, posiblemente un obrero, entre sol y sombra, entre cielo y tierra y, sin parecer muy consciente de ello, tiene la ciudad de Nueva York a sus pies.
Feminismo, la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer. Una debida forma de entender el camino y la relación entre sus caminantes, cada vez más consciente, cada vez más integrada, cada vez más necesitada de seguir necesitándola. Gracias Vivian. Mujer independiente, totalmente atípica para la época que te tocó afrontar, trabajadora y autosuficiente, decidida, con ideas claramente ordenadas, fue el medio tu fin. Mujer fotógrafa, mujer fotografiada, mujer fotógrafa autorretratada. Son ellas tu mirada en gran parte de tus obras.
Con un elegante vestido midi ceñido a la cintura, con sombrero probablemente a juego, Soledad, una entre tantas, pasea tranquila bajo el manto protector de un elegante soportal. Un ejército de robustas columnas cilíndricas tienden su mano en forma de sombra a sus primas enfrentadas, como si del inicio de una partida de ajedrez se tratara. Juntas, crean el pasillo que orienta el caminar de la mujer. Ella, estratégicamente colocada bajo el foco luminoso, eleva el paso, como para animarnos a seguir adelante. A Soledad le acompaña su reflejo, aunque es ajena a ello como todos nosotros, haciendo que esa soledad no sea tal.
Sombras y reflejos, esas constantes en tu trabajo que tanto lo enriquecen en estética y en intención, pluralizando su sentir, diversificando su lectura. Sombras: son el blanco y negro del sol. Manchas sin contenido, de continente perfectamente perfilado que informan haciendo al espectador partícipe de la interpretación, entre el misterio de la realidad y el discurrir de la imaginación. Reflejos: esa otra realidad de la realidad, irreales pero ciertos. Imágenes especulares, que, implican inevitablemente al sujeto en la escena, de forma maestra, por el azar, por el querer, convirtiendo un espejo en un portarretratos, emparejando el escaparate de una tienda con el de una vida, llevando al narrador del relato a personaje principal. Un ojo despierto te conduce con éxito a inmortalizar el que podría ser el bodegón de tu propia biografía. Artículos de tocador barroco, el toque clásico y hogareño de la porcelana, el calor de una mecedora de madera, el abrigo de la piel, seda blanca adivina a lo lejos ramas de árbol, y, dando identidad al conjunto, apareces en un espejo que ahora es mariposa. Sencillamente, brillante.
“Bien, supongo que nada es para siempre. Tenemos que dejar sitio a otras personas. Es una rueda. Te montas, y tienes que ir hasta el final. Después, otra persona tiene la misma oportunidad que tú”.
Vivian Maier
No puedo despedirme, sin hablar de lo evidente: el blanco y negro. Presente en la mayoría de tus fotografías. ¿Por qué? Supongo que sólo tú tienes la respuesta. Quizás sea por su carácter atemporal, porque nos persuade para detener el tiempo y vivir la escena. O quizás, para evitar las distracciones que nos provoca el color y centrar la atención en los gestos, las miradas, la acción dibujada… Quizás, nos diriges hacia lo que quieres mostrar. Quizás, supieras que el presente es la historia del futuro y deseabas inmortalizarlo en los colores que sólo parece poder tener el pasado. Quizás quieras transmitir nostalgia, tristeza… o simplemente paz para meditar… Quizás, la elegancia se llame blanco y la sofisticación negro o al revés. Muestra de ello, incluyo esta última foto, que tomaste en Florida, el 9 de enero 1957. ¿Has experimentado ese momento en que te gusta algo y no sabes explicar muy bien por qué? Predomina el negro, pequeñas luces colgadas y una oportuna luna, nos revelan que es de noche. Un haz de luz que no vemos ilumina una delicada figura de algodón que camina despacio hacia un elegante coche que se adivina en marcha. La elegancia sutil contrasta con su imagen trepidada. ¿Acaso es una ilusión? ¿Acaso muestra el cansancio de una larga noche? ¿O las dudas sobre el destino de sus pasos? O, tal vez sea el tacto suave del algodón y el temblor del suelo en su paso firme.
Me hubiera encantado que nos hubieras podido presentar tú misma tu obra. No sé si recuerdas qué son las redes sociales, ya había alguna en los últimos años de tu vida, aunque, no sé por qué, sospecho que guardabas tu atención para otros intereses. Habernos encontrado hoy, probablemente hubiera sido un directo en instagram, una conferencia por zoom en nuestra escuela Blackkamera, quién sabe si un maravilloso reportaje periodístico de mi querido y admirado Carlos del Amor. Dado que esto es inviable, aquí deposito estas líneas, llenas de respeto, admiración y agradecimiento, que buscan dar a conocer la sombra de una mujer.
Atentamente,
Silvia García.
Imágenes: Vivian Maier, obtenidas de http://www.vivianmaier.com/, Maloof Collection.
Texto: Silvia García Martínez
Bibliografía: http://www.vivianmaier.com/, Maloof Collection.